jueves, 4 de febrero de 2016

CORMORÁN GRANDE (Phalacrocorax carbo)



EL AVE CON OJOS DE ESMERALDA

  Desde los años ochenta llevo realizando trabajos de fauna por lo que hoy es el Parque del Turia en Valencia (España) y jamás había visto esta grande y obscura ave pescando por este río. Me produjo alegría por encontrarme con una nueva especie que completaba mis observaciones de aves en 112 especies.
Pensé que estaban haciendo una escala en su posible migración hacia nuestros humedales, como la Albufera de Valencia.
Era una solitaria pareja que semisumergidos, con sus largos cuellos verticales y las cabezas ligeramente inclinadas hacia arriba, altaneras, navegaban por el modesto río Turia, angostado, en uno de sus remansos, realizando inmersiones sin casi mover el agua, para desaparecer buceando un buen rato, cerca de medio minuto,  en busca de los peces con los que se alimentan.
Tras varios intentos apareció uno de ellos con un enorme barbo en su pico ganchudo, del que el desgraciado pez no podría escapar. Ahora vería si sería capaz de tragarlo, lo dudaba, pero ante mi asombro fui testigo de que no le costara demasiado. Le dio la vuelta al pescado en el aire para encarar la cabeza hacia su garganta con las escamas a favor, y acto seguido la presa resbaló por el interior de su cuello, que tomaba la forma del pez mientras descendía, hasta desaparecer en su oscuro pecho.
No pude reprimir una exclamación. Jamás los había observado tan cerca pescando y tragando semejante presas por aquel aparente esbelto cuello con tan sorprendente facilidad.
Ahora pensé que a esta máquina de pescar le debía resultar muy fácil depredar en un río como este, al dejar bloqueado por sus márgenes la escapatoria de estos ciprínidos y otras especies con cierto tamaño como las truchas o incluso las anguilas, su bocado preferido.
Pasé una buena temporada sin volverlos a ver, hasta que un día que andaba por el monte sobre el río vi pasar un bando de unos quince, volando enfila, siguiendo el cauce, por aquellos últimos angostos del Turia.
Los seguí con los prismáticos y pude apreciar que descendieron todos al mismo lunar entre la fronda de sus márgenes. Tomé referencia y algunos día después visité la zona.
Cuando llegué a la altura del tramo donde los había visto descender no pude descubrí a ninguno, las rocas y los árboles mostraban el blanco de sus excrementos con enormes manchas blancas de forma muy llamativa, así que frecuentaban esta zona del río.
Indudablemente era un lugar de descanso y aseo para esta especie, así que tras limpiar la maleza, formando un túnel, para que en un futuro no me descubrieran, llegué hasta la orilla de un enorme remanso, desde donde ahora apreciaba más claramente la predilección del lugar por aquellas grandes aves eminentemente piscívoras.
Con vegetación confeccioné un escondite entre las cañas, reforzado con una tela de camuflaje y esperé un par de horas los resultados de mi proyecto.
Una serie estruendos en el agua a unos cincuenta metros río arriba me pusieron en guardia. Seguramente estaban “amerizando”, pero no llegaba a verlos; lástima.
Encendí la cámara y me preparé emocionado, pues iban llegando ante mí.
¡Estupendo! Los tenía delante a corta distancia, no como en la Albufera que siempre los veía de lejos y nunca me permitieron pillarlos tan cerca, ni embarcando.
Ahora veríamos como reaccionarían ante el ruido del obturador de la cámara.
Un disparo al más próximo y nada, ni siquiera dirigió la mirada hacia mí. Nuevamente repito, allí no se inmutó ninguno, así que ya sin discreción comencé a realizar mi nuevo reportaje en un lugar donde jamás se me había ocurrido que hubiera podido hacerlo, como que se dice “a huevos”.
Conforme llegaban se subían a las rocas o preferentemente a unos troncos de árboles muertos que sobresalían del agua, allí abrían las alas y se quedaban en esta postura para secarse, daba la impresión que su plumaje no era muy impermeable, luego engrasaban las plumas con ese magistral aceite que tomaban con el pico de la glándula uropigial, situada en la base de la cola; mi cámara “echaba humo".

Tenían una envergadura de casi un metro y medio; las plumas algo pardas y pechos claros correspondían a los individuos más jóvenes, pero los adultos, con plumas negras reflejaban brillos tornasolados; las patas terminaban con dedos unidos completamente por membranas; su pico era largo y ganchudo; los más adultos disponían de una gran mancha blanca en los costados; la cabeza era negra, pero la parte inferior más clara y disponían de una mancha amarilla; pero los mas adultos y en esta época próxima a la reproducción aparecían filoplumas blancas en la nuca e inicio del cuello; pero lo que me llamó la atención fue el color de sus ojos, verdes como esmeraldas.

Fotografías del autor.

Manolo Ambou Terrádez

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